Mi mamá me fabricó con una estructura ósea bien curiosa. No soy plano como la mayoría de los mortales, soy cilíndrico. Mi caja torácica tiene una sección casi circular y eso hace que debajo de ella se tienda a acumular grasa que con el paso de los años se ha solidificado en una barriga complementaria que me convierte en un cilindro con patas. En una palabra, desde pequeño soy gordo.
Los Hermanos Maristas, donde pasé mi más tierna infancia absorbiendo una educación cristiana que yo entonces no sabía que también era pederasta, tenían en lo que hoy serían los primeros cursos de EGB (de 6 años en adelante) dos profesores de gimnasia que era militares ganándose un sobresueldo. Ellos nos enseñaban a desfilar y a hacer todo tipo de extraños movimientos que solo muchos años más tarde me enteré eran los que se practicaban en la instrucción de la desaparecida mili. Era el año 1960.
Mi arquitectura corpórea hacía y sigue haciendo que mis dotes de gimnasta de élite no sean las que principalmente adornen mi persona y la estructura con disciplina militar de las clases de gimnasia, la indiscutible empatía de los profesores hacia mi, y toda una serie de artilugios de tortura que tenían a bien ponerme delante: colchonetas, potro, plinton, y todo tipo de cuerdas interminables, labraron en mi y a fuego un odio cerval por todo tipo de actividades deportivas. La guinda del pastel la ponía un juego perverso que no recuerdo como se llamaba (balón tiro, o algo así) donde la clase se dividía en dos grupos: uno de ellos tiraba la pelota con la mano pero con todas sus fuerzas con intención de tocar a alguien del grupo contrario. Si lo tocaba este quedaba eliminado y pasaba a retaguardia donde también podía devolver proyectiles que hubieran errado el blanco. Pues bien, cuando yo participaba por obligación en tan destacado martirio, el juego siempre comenzaba con el grito unánime de “a por el gordo”, donde el gordo era yo que ejercía de diana.
Esa era la guinda del pastel y por ello yo evitaba siempre que podía las horas de gimnasia con las más peregrinas disculpas en las que a veces participaban incluso mis padres.
Eso creó impronta y ha hecho que toda mi vida haya sido alérgico al deporte, hasta tal punto que soy alérgico hasta al deporte como espectador o incluso por televisión. Lo creáis o no, yo no he visto entero un partido de futbol ni de baloncesto en mi vida, ni siquiera una final de la Champions de cuando El Barça jugaba bien. Si acaso alguna prueba en alguna Olimpiada, pero no más, y si me pierdo no me busquéis en un estadio porque perderéis el tiempo.
Bueno, ¿ y a que viene este lacrimógeno introito totalmente imprescindible?
Pues viene a que la imagen de la gota de sudor en la frente de Rafa Nadal me ha emocionado. Es la pura expresión del “instante y magia”, detrás de la cual hay un muy buen ojo y un excelente saber hacer.
“Chapeau” por un señor que se llama James Gourley y que presumo es fotoperiodista deportivo.
El titular dice así: El sudor de Rafa Nadal y otros “fotones” del deporte de los últimos 25 años ganadores de los World Sports Photography Awards 2021 en:
Nota tonta: cuando voy por mis queridas montañas mi mujer y yo andamos mucho, hacemos senderismo y subimos y bajamos continuamente. Yo siempre voy cargado con la bolsa de fotos, el trípode y la mochila con el agua y el bocata o la fiambrera. Ella no puede llevar peso pues tiene varias hernias discales y ya es un milagro que se pueda mover. Pero eso, a pesar de serlo no lo considero deporte, es una actividad que nos encanta y que a ella le permite encontrar flores, estudiarlas y clasificarlas, y a mi intentar hacer alguna foto que no sea mediocre.
Buen relato. Empieza mal pero termina bien.
En el momento justo la foto de nadal. Posiblemente una de una ráfaga.
En Argentina le llamabamos quemado a un juego muy parecido.