Después de un alarmante y amplísimo ensayo apocalíptico sobre la repercusión de la carencia de chips en la marcha «normal» de nuestro mundo, el bueno de Dan Wells, que creo yo es la única persona activa que queda en la otrora grande Luminous Landscape, se marca él solito un análisis también muy amplio de una de esas criaturas que gastan más pintura que un grafitero enloquecido y que causan la ruina de sus felices usuarios.
Esta vez me refiero a la impresora Epson P900 y sus 10 tinteros Ultrachrome Pro-10.
Como yo no soy especialista, ni de lejos, en asuntos de impresión mi resumen ejecutivo será igual de mundano y superficial que preciso.
- El diseñador de su mueble no se ha esmerado demasiado, ya lo veréis.
Si con ello no habéis tenido suficiente, el resto de detalles sin importancia los encontraréis aquí.
Nota tonta pero más real que la vida misma:
A veces estoy tentado de agenciarme una impresora para tener alguna copia en papel de mi archivo, pero levanto la cabeza y la foto de mi Amo y Señor José Luis Escrivá que tengo encima de mi monitor me libra al instante de cualquier tentación, alabado sea él.
Comparto la misma tentación que tú. De hecho ya tuve una Epson Sytlus Photo tamaño A3. Desesperadamente lenta. Caros los consumibles.
Cuando me inicié en este mundillo, adquirí una réflex y monté un humilde laboratorio casero de blanco y negro. No entendía lo uno sin lo otro, así que controlaba desde la toma de la imagen hasta su positivado final.
Me tienta volver a imprimir mis fotos. Solo imprimo en contadas ocasiones. Y no lo hago por el gasto sino por la desconfianza que me produce entregar mis imágenes digitales a cualquier operario de laboratorio. Ya me tropecé en su día con la publicación en un medio informativo de una de mis imágenes. Fue para la portada de un libro y nunca la compartí en redes.
Con una Canon Shelphy me apaño para copias caseras en 10×15 que, además es de sublimación. A mí es Sta. Prudencia quien me está librando de sucumbir a la tentación.