Hace ya mucho tiempo estuvimos un día en Suiza dando una vuelta por Ginebra. Yo soy un inútil, pero mi mujer habla el francés perfectamente y aún así no tuvimos la sensación de que era un país simpático y acogedor. Seguramente nos equivocamos y la gente es encantadora, pero en las pocas horas que pasamos allí nos dio la impresión de que todo el mundo te miraba por encima del hombro y te trataban con su más cariñoso despotismo. Es como si todo el mundo fueran Sres y Sras Canon, no sé si me explico. Ya digo que seguro es una impresión equivocada.
Bueno, sea como sea, como comentario inteligente al viaje que se marcaron en otoño nuestro querido dúo dinámico en tierras de cuentas secretas y numeradas, solo se me ocurren estas tres ideas.
- Debo reconocer y reconozco que mis queridas montañas en el valle de Benasque palidecen ante la grandiosidad de los Alpes en tierras Suizas.
- Debo reconocer y reconozco que no me importaría darme una vuelta por esos paisajes con una GFX100S (que no tengo) al hombro, pero voy a esperar a mi próxima reencarnación, cuando pueda hacerlo sin ser pensionista y con un equipo “mirrorless” competente.
- Debo reconocer que eso del Swiss Travel Pass no es ninguna tontería, y mucho menos en un país donde por darte los buenos días ya te cobran un potosí.
Con el alma corroída por pura envidia cochina, esta es la crónica del viaje.