Con esta prueba de vida, después de un alarmante, inquietante y perturbador período de inactividad, al menos sabemos que hay un becario en los sótanos de la Torre Eiffel que por lo menos mantiene las instalaciones en marcha, la máquina del café a punto, croissants rebosantes de mantequilla en el horno, y refrescos en la nevera. De lo demás no sabemos nada más, pero yo al menos conservo la esperanza de que vuelvan a la actividad normal.