Las dos cosas son la mar de interesantes, pero no son otra cosa que un recurso desesperado para contaros algo en este lunes de hipermegacalurosa pasión en el que no encuentro nada más que contaros.
Yo, a la luz de los incuestionables méritos del monarca voy a abrir un crowdfunding solidario solidario para que todos los españoles de todas las Españas podamos poner dos euros – ¿qué son dos euros en la inmensidad de la corrupción política? – y así comprarle el avioncito deseado y unos cuantos barriles de keroseno ecológico para que su demérita majestad pueda viajar cómodamente de Abu Dabi a Sanxenxo y de Sanxenxo a Abu dabi cada vez que le venga en su real gana. Ostras, ¿le vais a negar una cosa tan tonta?
Confío en que muchos de los telespectadores que aún quedan por aquí hayan leído la saga saga Rama de Arthur C. Clarke: Cita con Rama (1973), Rama II (1989), El jardín de Rama (1991) y Rama revelada (1993).
El primero es excepcional desde el punto de vista técnico con su descripción de la kilométrica nave, de su mar cilíndrico y de los diferentes hábitats. El segundo es de transición, y los terceros y cuartos son estudios sociológicos desesperanzados que dan la razón a Stephen Hawking cuando decía que era mejor que no nos encontráramos con otras civilizaciones pues el entendimiento era prácticamente imposible. A mi mujer y a mi nos fascinaron.
Bueno, pues el Mar Cilíndrico es lo primero que ha acudido a mi segunda neurona cuando he visto el invento de los japoneses para colonizar Marte sin sentirse incómodos.
Vale, hace muchas décadas que la fuerza centrífuga se usa para emular gravedad, pero no me digáis que la idea de un mar cilíndrico no es chula, ¿no?
Dicen las lenguas de doble filo que se va a trasladar a la gran pantalla. Ojalá sea así y se haga dignamente. Pienso que si es una película de la primera novela puede estar a la altura de 2001 y Dune, y si es una serie de toda la saga valdrá su pero en Plutonio enriquecido personalmente por Putin, pero el reto es colosal.