Y parecen inofensivos, ¿verdad?
Si tenéis la santa paciencia de seguirme ya sabréis que mi relación con la informática es agridulce, más bien de amor/ODIO.
Efectivamente, el software es por una parte el elemento que dota de más potencia a cualquier artilugio tecnológico, pero al mismo tiempo, y no me lo negaréis, es un elemento que la mayoría de las veces nos vuelve locos, nos inunda de problemas, y casi siempre incompatibiliza aplicaciones antiguas que funcionaban perfectamente hasta que alguien decidiera que ya no sería así.
Detrás de ello están los programadores, una casta especial de personas cuyo objetivo primordial en la vida es hacer la idem imposible a los demás: por eso sacan versiones sucesivas de todo como si fueran churros de la Chocolateria San Gines y nos obligan a aprender nuevamente lo que ya sabíamos hacer. Sus mejoras rivalizan en sadismo con la de los diseñadores de los abre-fácil. Y en muchas ocasiones cosas que funcionaban dejan de funcionar por obra y gracia de sus “hechizos” poco elaborados y menos probados.
Pues bien, a esta “singular” casta de personajes va destinado este artículo donde se exaltan las virtudes de 14 herramientas peligrosísimas para llevar a cabo sus fechorías.
